sábado, 6 de agosto de 2011

De nuevo, la misma historia.



Me dijo que nos veríamos aquí; en este punto y a esta hora. ¿Dónde se ha metido? Insistió mucho en que viniera, dijo que era importante. ¿Le habrá pasado algo? Tranquila, solo ha pasado unos minutos de la hora. Dentro de nada estará aquí.
[...] Ya ha pasado treinta minutos, sigue sin aparecer, no consigo contactar con él y por si fuera poco, comienza a llover.¿Me voy? Mi enfado es tan grande que lo hago. Pero justo en el momento en el que voy a cruzar la calle, escucho pasos; rápidos, muy rápidos. Están corriendo hacia mí. Me giro y le veo. Llega a mi altura, exhausto, y con unas flores con mal aspecto en la mano. ¿Lo que más me llama la atención? Su ojo: está morado. No me deja preguntarle, suelta las flores, coge mi cara entre sus manos y me besa; como si lo necesitara, como si su vida dependiera de ello. En cuanto nos separamos, sigue sin dejarme preguntarle, tan solo me dice lo mucho que siente la tardanza, aunque no me dice la razón por muy obvia que sea.

No hay comentarios:

Publicar un comentario